Espeleo

Atxurra



Bakearen lezea








Alperdo

"Vamos a Alperdo, una cueva a la que tu ya puedes venir",  me dijo Antuan el jueves. ¿Alperdo? No lo había oído en mi vida. A medida que se acercaba el día, oía mensajes que me animaban: "Es una cueva atletica, cuerdas pero suave, etc"... notaba en las voces de los mensajeros un transfondo de: "Te vas a cagar", sobre todo cuando Antuan, a la pregunta de a ver si llevo la cámara, me contestó: "No hace falta, no vamos a sacar fotos, vamos a hacer espeleo". Yo sé perfectamente cuando rajarme y éste no era el momento, lo que menos me gustó fue cuando me dijeron que tenía un sifón en la entrada y con mucha lluvia se taponaba.
Cuando llegamos a su boca, nos dio la bienvenida con un vendaval, impresionaba... pero pronto las impresiones y los pensamientos desaparecieron para centrarme en donde pongo el pie y como llevo la saca, atarla, en la mano, colgando...para cuando le cogía el callo, había que cambiarla de posición.
La gente me pregunta si en la cueva tengo miedo, la verdad es que lo que no tengo, es tiempo para tenerlo, entre que todos van a toda hostia, la saca que se atasca, que si los cabos, sube, agacha, estrechez, otra cuerda... y uno que no tiene soltura... para cuando te das cuenta, lo que no tienes es aire.
Mi misión era administrar las fuerzas y lo estaba haciendo bastante mal. Oier tenía que darse la vuelta y en medio del ahogo me apetecía hacer lo mismo, pero Gotzon me animaba para seguir: "después de ésto la cueva se hace más grande...". Al final decidí seguir y acerté. Despúes de coger aire y con Idoia de instructora seguí adelante, pero la cueva ancha y grande se volvía a estrechar y de que manera, lo bueno que en las grietas era muy dificil caerte porque era facil buscar apoyo entra tanto saliente, y lo malo, que con tanto saliente, se atascaba con el pedal, la saca, la palanca del stop, los cabos... Gotzon me decía: "esto ya es de espeleólogos, no de amigos de la espeleología" me lo decía para subir la moral. Una hora más tarde llegamos al final que no es poco, comimos y me quede helado.
Era un espacio grande y con muchas incógnitas, Gotzon y Antuan estaban como si hubieran salido entonces de casa, y yo, orgulloso de haber llegado allí. Entonces tuve tiempo para pensar, y me vino un poco de bajón, pensando que había que volver a pasar por todo aquello otra vez, no sabía si tendría fuerzas.
Mientras Gotzon y Antuan iniciaban las escaladas, Idoia y yo descansamos, momento de paz y tranquilidad... y de coger aire. Al de un rato, las voces y luces de Gotzon y Antuan se sentían cada vez más cerca, se les notaba inquietos, habían topografiado más de 100 metros de galería nueva y habían encontrado una sala de unos 60 metros de alto, habría que volver a Alperdo.
La idea de ver la sala apetecía, pero tenía que guardar las fuerzas para la vuelta, que empecé con la ayuda de Idoia. La primera media hora me fue bastante bien, pero al de poco, parecía que el petate empezaba a crecer y a pesar cada vez más, casi no pasaba por ninguna grieta, mis pies de bailarin empezaban a tropezar, y me equivocaba de postura en cada paso... empecé a dar tanta pena que hasta Gotzon me llevó el petate durante un tramo, en el cual me degradó incluso del título de amigo de la espeleología. Luego me lo devolvió (el petate, no el título) para salir arrastrandome con el vendaval de Alperdo pegandome en la cocorota.
Hacía calor fuera, impresionaba el verde del mundo exterior, estaba más contento que la hostia.
La espeleología hace sufrir, pero al final, hace mejor la vida, te hace apreciar lo que te rodea y vuelve en manjar cualquier sardina en lata. Así que no os podéis imaginar, lo rica que estaba la tortilla de patatas que nos esperaba fuera. 

Zubieta










Ineritze






Urgitxi









Abita

Los espeleólogos de verdad, son tipos duros que no saben expresar sus sentimientos, cuando hablan conmigo, un amigo de la espeleo, me describen las cuevas con pocas palabras, dicen que tiene volumen, hablan de la dirección del río, de la travesía...  siempre me han dicho que Abita me iba a gustar. Yo pensaba que sería una cueva normal con dos salas espectaculares, pero estaba equivocado.
Hacía un calor pegajoso, pero tras una corta subida llegamos a la boca, sentimos el aire de Abita, aire frío y ancestral, como aviso del volumen que nos ibamos a encontrar. Nada más entrar, la cueva me sobrepasó, la verdad es que me agarraba a la cabeza intentando asumir lo que veía. Un meandro enorme se abría enseñando diferentes niveles, bajamos por una rampa metiendonos en la boca del lobo, nos introducíamos en la base de un gran cañon. Mirabamos hacia arriba abducidos por la enorme altura de las paredes, era una especie de laberinto. Sentiamos que los carlistas nos observaban agazapados, nos seguían desde arriba mientras avanzabamos boquiabiertos. Arriba se vislumbraba una cadena, había que instalar para subir... pero continuamos por el pasillo gigante, hasta que llegamos a la pared con los nombres pintados de los que vivieron aquella guerra, subimos por una grieta al nivel superior. Comenzaba el festival de estalagmitas, columnas... entonces Idoia me dice: "todavía lo que te queda, vas a alucinar", yo pensaba: "¿Más?"... Pues sí.









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